Cinco minutos para las dos de la mañana, la “hora de corte” se acerca, mi colección de circunferencias de polímero se ha ido incrementando. Como castor, clasifico, cuento, divido, separo. Mi corazón palpita.

"Dos abiertas una cerrada", “como veo doy”, “que te cueste aprender”. Así es, este es el juego que me gusta, saber que en la siguiente mano podría perder mi castillo de fichas.

Un solo minuto para las dos de la mañana y quedan dos jugadores en la mesa. Comienzo a pensar que no es juego de azar; en este juego se deben modelar matemáticamente todos los factores involucrados: Las miradas ocultas, las señas particulares, la carta anterior, el color favorito, la posición de mis fichas, los donativos del día, el pensamiento positivo, el reflejo en el espejo, el daño psicológico a tus contrincantes, las manos abiertas, la carta que muestras, el número de veces que vas al baño, las entradas que invitas.

La acción, la reacción.

Ultima mano, juego contra el mazo, juego contra las cartas, dejé de jugar contra las personas cuando me di cuenta que 127 segundos de esa maravillosa droga natural corriendo por mi sangre son mejores que el primer premio en el torneo casero.

Juego contra el mazo, necesito una mano arriesgada, una “casi corrida”, un “casi color”, una disputa constante, una carta decisiva.

Quien lo hubiera dicho: Al comenzar a develar el secreto que protegen siete pedazos de cartón, mi corazón comienza a latir con mayor rapidez, mi cuerpo se funde con el asiento, el asiento con el suelo. Por un instante puedo sentir perfectamente todo lo que está dentro del cuarto como si fuese una extensión de mi cuerpo.

La ultima apuesta…

No toco las fichas, el tiempo se ha acabado, es la última mano del último juego y apenas comienzo a sentir como mi mejor amiga irriga mi cuerpo, llenando mi mente de pensamientos de grandeza, de poder, de omnipotencia. No toco las fichas porque no las contaré, todas están en juego. Quiero que apueste, quiero que mi contrincante pague, el juego no termina aquí, queremos saber que hay detrás de la última carta. Quiero que apueste, no es un juego de azar, apuesto a ganar.

Cualquiera de los dos puede perder las fichas, pero estoy seguro de que si acepta la apuesta ganaré mi dosis diaria de adrenalina…no puedo regresar a los saltos de altura, no quiero volver a los callejones oscuros, no me perdonaría estar sentado de nuevo alrededor de una mesa sobre la cual gira un revólver.

¡Apuesta!
¡Apuesta maldito!
¡No quiero tu dinero! Quiero mi preciosa adrenalina.

Si sirviera de algo gritarlo lo haría, pero nadie me creería, es por eso que mantengo un semblante inexpresivo, perdido, gris.

Es por eso que espero paciente la respuesta de mi oponente.