Si no puedes pensar en otra cosa que te haga feliz, entonces has encontrado tu verdadera misión en esta vida.

A la tierna edad de 4 ya comprendía yo perfectamente que nada podía quitarme el mal humor como poner a otra persona de malas, es tan sencillo como transmitir todos tus miedos y preocupaciones a la primera víctima que yazga como carroña frente a ti.

Mas adelante comprendí también que destruyendo algo hermoso toda mi tensión desaparecía, por ejemplo un castillo de arena (¿los buenos siempre pierden?), o un carro de Lego, o de Mechano (para los pequeños ingenieros de antaño).

No se ustedes, pero yo he venido a este mundo a ser feliz, esa es mi misión, esa es mi labor, es aceptado también que hacer feliz a la gente que me rodea me llena de satisfacción y me afianza de nuevo en mi meta principal.

Recuerdo el día en el que todo comenzó, trataba yo, como todos los días anteriores de mi vida, de ser feliz. Caminaba por la calle con una mirada plana, tibia. Pensaba que debería encontrar alguien a quien hacer reír para poder incrementar mi felicidad. A lo lejos se escuchaba un ladrido que conforme avanzaba en el camino se apoderaba de mis pensamientos, por un momento olvidé lo que buscaba, trataba de ignorar aquel ensordecedor escándalo y al notar que no lo evitaría abrí mis ojos buscando la fuente de mi desconcentración.

Así encontré a un niño, jugaba con un trompo, lo lanzaba una y otra vez al suelo y reía y bailaba cada vez que éste dejaba de girar. Bailaba y reía; ¡Cómo reía! Su risa era burlona, chillante, insoportable, busqué alguien a quien hacer reír para borrar mi malestar y continuar con mi felicidad. Encontré a este niño que reía, pero no gracias a mí. Decidí entonces aplicar la técnica de mi juventud y observando el precioso trompo que giraba sin cesar supe lo que tenía que hacer.

Aquel niño me miraba más a mí que a su trompo, yo miraba más a su trompo que a él, ese aparato reluciente, era rojo como una gema, era hermoso, hasta que lo aplasté con mi bota y todos los pedazos salieron disparados por doquier. Mi semblante cambió en ese momento, no estaba yo completamente satisfecho, tenía que ver la cara de aquel muchacho, seguramente estaba destrozado por dentro, seguramente no comprendería que destruyendo algo hermoso conseguiría, como yo lo había hecho en varias ocasiones, la felicidad.

Mi mirada se cruzó con la suya, si quitar mi pierna del lugar donde yacía el cadáver del trompito observé los ojos del niño, seguían secos, y perdidos. En cualquier momento llorará y podré seguir mi camino, aquí viene. ¡JA JA JA JA JA, HUAH HUAH HUAH! Aquel ladrido ensordecedor estalló en mi cara como lo hizo hace unos segundos el trompo en el suelo, aquel niño no dejaba de reír, yo quería hacerlo llorar y en lugar de eso lo hice reír, ahora estaría yo mas cerca de la verdadera felicidad, que regocijo, que alegr…no siento nada, mi malestar no se ha ido, esa risa, esa risa ya no era molesta, era hermosa! El niño era hermoso, siempre lo fue, mucho más que su trompo, mucho más que su risa, yo estaba todavía de malas y debía de hacer algo al respecto.

En esta vida lo único que cuenta es ser feliz. La risa se ahogó, con el último suspiro de aquel niño, de ese niño hermoso y tierno que me hizo saber que matar me haría feliz por el resto de mi vida.