Cuántos de ustedes han encontrado tirado en la calle algo tan horrendo, tan desagradable, tan apestoso, baboso, repugnante, muerto y arrollado, que no han podido aguantar las ganas de detenerse, acercarse y mirar aquel objeto inanimado que distorsiona el paisaje del camino.

Así es como conocí a mi mejor amigo. Manejando por la misma carretera que graciosamente me conectaba desde mi hogar hasta la fábrica, miraba atentamente el horizonte cercano, tratando de esquivar y evitar de antemano los numerosos baches que me hacían pensar diariamente que debí de haber comprado una camioneta.

Como un piloto profesional, zigzagueaba y ponía la direccional aquí y allá.
Fumaba un cigarro y daba gracias a mi buen juicio por al menos haber conseguido un coche automático. Uno, dos, cinco, diez baches seguidos, en ninguno había cabido.

Había pasado la peor parte del camino y mirando por el retrovisor con cara de desden me sentí superior al camino y a la naturaleza, no necesitaba de nada y de nadie, ni de los compañeros de clase que me traicionaron, ni de la familia que intento vender mis órganos en el mercado negro. Era yo, contra ese camino sólo y victorioso como todos los días.

Seguía contemplando el camino que se extendía por la parte trasera del automóvil y fue por un instante que pudo captar mis sentidos su presencia, la presencia de quien cambiaría el curso de mi vida, mis ojos rojos incandescentes, mi nariz y garganta resentidas por el fuerte y pútrido aroma, mi piel china, mi vello erizado. Mis manos sudorosas soltaron el volante por un momento, respiraron de nuevo y consiguieron ejecutar mis órdenes, al igual que mis pies de detener el auto en el acotamiento de la vieja carretera.

Estacioné el auto, dejé el motor encendido, aquella primera imagen que luego sería gratamente familiar, no dejaba de acecharme. Todos mis sentidos habían puesto atención en aquel objeto que yacía sobre el pavimento.

Cautelosamente caminé hacia él, sabía como se vería, rojo, morado y negro con el pedazo de aquí en el allá y la porción superior en la parte inferior, sería un nudo de músculo y piel. Sabía como debía oler, el metano que se desprendía lentamente debido a la descomposición, favorecía a una fragancia putrefacta.

Al verlo de cerca por primera vez, no podía dejar de pensar en una pintura surrealista, en una película barata de terror. Me acerque a pesar de las manchas de sangre secas ya en el pavimento, que atraían al parecer, a todas las moscas de 100 metros a la redonda. Al primer paso que di sobre su manjar, miles de moscas revolotearon en mi cuerpo, defendiendo su territorio, abrí espacio entre ellas para seguir acercándome a la masa central de aquel accidente.

Al llegar finalmente a la fuente del olor, del color, de el malestar estomacal. Comprobé mi hipótesis, se veía y olía como lo había predicho, sólo que mucho más peludo de lo que yo esperaba, dejando fuera la posibilidad de que este montón de carne y sangre había sido algún día una persona. Ya comenzaba a ser presa yo también de los animales carroñeros, luchar con las moscas había sido sencillo, pero los dos buitres que rodeaban aquel cuerpo eran enormes, al verme venir extendieron sus alas no para emprender vuelo, sino para demostrarme quien mandaba en ese desolado camino. No sentí miedo, pues era muy tarde para renunciar, este era un cuerpo que debía de ser rescatado de la intemperie. A pesar del olor, de la sensación pegajosa en mis pies y de que las moscas que seguían impactando con mi cara una y otra vez me lancé hacia la víctima, ahuyentando a las moscas, los buitres y los escarabajos. Lo tomé en mis brazos y corrí de nuevo hacia el auto, mirando no dejar ninguna porción detrás.

¡El olor! Sentir su piel peluda, sus músculos desnudos y sus huesos ensangrentados, todo eso pudriéndose aún mientras lo apretaba contra mi pecho para no dejarlo caer. El olor era intenso e insoportable, corrí con mayor velocidad, llegué al coche y lo arrojé en el asiento trasero. Subí al asiento del conductor y dando vuelta en U emprendí el camino hacia mi casa.

Miré por el retrovisor, aún desconcertado por la hazaña, comenzando a registrar mis movimientos, mi dolor, mis sentimientos. “No te preocupes, ahora estas a salvo”

A partir de ese momento, hemos sido inseparables, mi mejor amigo y yo. Mi confidente mi compañero de viaje. Él es el único que hasta ahora me comprende y me escucha. Me pone atención cuando lo baño, cuando lo peino, aún cuando lo alimento.

Ahora está sentado con nosotros en esta mesa porque tenemos una historia juntos y porque se trata de mi mejor amigo. Espero que puedan comprenderlo y que mi historia no haya espantado su apetito. Buen provecho.