Después de un tiempo de no participar mucho en el blog, me parece que ya es hora de aportar alguito... Por la hora en la que estoy escribiendo, comrpenderán de qué se trata el asunto.

Mi post se trata de algo muy básico, se trata de algo tan cotidiano, pero tan cotidiano que hasta es molestamente cotidiano; de hecho es lo cotidiano lo que le da su estatuto de tal: la levedad del domingo.

El domingo es todo un tema; es el día destinado para tantas actividades: ver deportes en televisión, comer con la familia, salir con la novia (o novio), ir al cine, hacer tarea, o cualquier otra actividad. El punto es que el domingo es día para... es día en que hacemos... tiene cierta rutina que calma un desasosiego importante. Es un día en que está implícita una efímera desaceleración compaginada con un forzado calenamiento de motores, que deriva en una imposibilidad de estar.

Nada parece estar en su lugar en domingo; ciertamente los objetos en la habitación no lo están... Tampoco las sensaciones coprorales derivadas de una fiesta anterior; así como los horarios habituales de comida o de sueño; nada en domingo es normal. El domingo esta teñido de la sensación que se experimenta cuando se ha terminado de comer el helado más sabroso; cuando por fin la persona de la cual uno se ha intentado despedir horas, y no lo logra del todo, se baja del coche; de esa sensación de intranquilidad que conlleva la pura y dura (e insoportable) levedad. Nada tiene sentido, todo aparece desdibujado y por más que se intente planear una nueva actividad que obture estas sensaciones, la levedad no se torna menos leve.

Domingo, o "Dormingo"... El día de no poder enfocar los ojos ni la mente; el día en que se dice lo que no se dice en lo cotidiano, pues lo que se diga carece de peso. Si lo eliminamos, ¿el sábado sería igual? ¿Le robaría la identidad?

Los dejo entonces, esperando haber transmitido pura levedad, con un fragmento de un poema titulado "Domando al Domingo" de Arturo Sánchez Meyer:

"Vuelvo cansado como náufrago sin nuevo mundo. Pasé la noche entera poniéndole trampas a tu fantasma y no cayó en ninguna.

Amanece el día pluvial, con aliento de nube, de mentira. La ropa duerme inmóvil sobre la silla y la hoja en blanco desnuda que me esperó toda la noche se despereza y vuelve los ojos. Amaneció la noche del domingo."